Las historia de Alejandra y el wombat en Australia

Historia de Ale y el wombat

Había una vez una niña llamada Alejandra, de siete años, que vivía en España. Aunque había nacido en Madrid, su familia se mudó a la hermosa ciudad de Granada cuando ella era muy pequeña. Alejandra tenía una imaginación desbordante y siempre soñaba con aventuras emocionantes.

Un día, sus padres le anunciaron que iban a viajar a Australia. Alejandra estaba emocionada; nunca había estado tan lejos de casa. El vuelo fue largo, pero finalmente aterrizaron en Sídney. Desde allí, tomaron un pequeño avión hacia el interior del país, donde la naturaleza salvaje los rodeaba.

En el corazón de Australia, Alejandra y sus padres exploraron el bosque. Las hojas de los árboles eran de un verde intenso, y el aire estaba lleno de sonidos de aves exóticas. Un día, mientras caminaban por un sendero, Alejandra vio algo inusual en la rama de un árbol: un wombat.

El wombat era un animal extraño y adorable. Tenía un pelaje gris plateado que se mezclaba perfectamente con las hojas verdes. Sus ojos la miraron con curiosidad, como si supiera que Alejandra había venido a visitarlo. Ella extendió la mano con cautela, y el wombat descendió lentamente, agarrándose a su brazo. Sus patas eran fuertes y sus garras, afiladas. Alejandra sintió una conexión instantánea con este pequeño marsupial.

El wombat se convirtió en su compañero de aventuras durante su estancia en Australia. Juntos exploraron cuevas, treparon a árboles y se escondieron en arbustos. Alejandra le dio un nombre: Wally. Wally y Alejandra se volvieron inseparables.

Una noche, mientras miraban las estrellas en el cielo australiano, Alejandra le susurró a Wally: “¿Crees que algún día podré volver a verte?”. El wombat la miró con sus ojos oscuros y pareció asentir. “Siempre seremos amigos, Alejandra”, parecía decir.

Cuando llegó el momento de regresar a España, Alejandra se sintió triste. Se despidió de Wally con lágrimas en los ojos, prometiéndole que volvería algún día. Y aunque extrañaba a su amigo peludo, sabía que tenía un recuerdo inolvidable de su tiempo en Australia.

Así que, cada vez que miraba las estrellas en el cielo nocturno, Alejandra pensaba en Wally y en todas las aventuras que habían compartido. Y aunque estaba a miles de kilómetros de distancia, sentía que su amistad trascendía las fronteras y los continentes.

Y así, la historia de Alejandra y su amigo wombat se convirtió en un cuento que contaba a otros niños. Porque, como decía Alejandra, “las amistades verdaderas no conocen límites geográficos”. 


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