Las historia de Alejandra y el suricato en Namibia

Historia de Ale y el suricato

Había una vez una niña llamada Alejandra, de siete años, que vivía en la hermosa ciudad de Granada, en España. Su casa estaba cerca de la majestuosa Alhambra, un palacio y fortaleza que había sido testigo de siglos de historia y leyendas. Alejandra tenía una imaginación desbordante y soñaba con aventuras más allá de las murallas de la Alhambra.

Un día, sus padres decidieron llevarla a un emocionante viaje a África. El destino era Namibia, un país lleno de maravillas naturales y vida salvaje. Alejandra estaba emocionada por la idea de explorar un continente completamente diferente al suyo.

Cuando llegaron a Namibia, Alejandra no podía creer lo que veía. Las vastas llanuras, los desiertos dorados y los cielos infinitos la dejaron sin aliento. Pero lo que más le fascinó fue cuando conoció a un pequeño suricato llamado Kwame.

Kwame vivía en una madriguera en el Parque Nacional de Etosha. Era curioso y juguetón, con ojos brillantes y una cola peluda. Alejandra y Kwame se hicieron amigos al instante. Ella le contaba historias sobre la Alhambra y él le mostraba cómo cazar insectos en la arena.

Juntos, exploraron las vastas llanuras, observaron manadas de elefantes y jirafas, y se maravillaron ante los atardeceres que pintaban el cielo de tonos naranjas y rosados. Kwame le enseñó palabras en su idioma, y Alejandra le enseñó canciones en español.

Una noche, mientras miraban las estrellas, Alejandra le preguntó a Kwame: “¿Cómo es vivir en el desierto?”. Kwame respondió con una sonrisa: “Es duro, pero hermoso. Aquí aprendemos a valorar cada gota de agua y cada rayo de sol”.

El tiempo pasó volando, y Alejandra y Kwame se hicieron inseparables. Cuando llegó el momento de regresar a España, Alejandra sintió un nudo en la garganta. Se despidió de Kwame con lágrimas en los ojos, prometiéndole que volvería algún día.

De vuelta en Granada, Alejandra compartió su increíble aventura con su familia y amigos. Aunque extrañaba a Kwame, sabía que su amistad trascendía las fronteras y los continentes. Y así, la niña de siete años que vivía cerca de la Alhambra llevó consigo el recuerdo de un pequeño suricato en África, y su corazón se llenó de gratitud por las maravillas del mundo.


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