
Historia de Ale y la nutria
A Alejandra le encantaba explorar la naturaleza y aprender sobre los animales que habitaban en ella.
Un día soleado, Alejandra decidió aventurarse más allá de los árboles que rodeaban su casa. Empacó una merienda, su libreta de dibujo y una lupa, y se adentró en el bosque. El aire estaba lleno de fragancias frescas y el suelo crujía bajo sus pies mientras caminaba.
Después de un rato, Alejandra llegó a un arroyo serpenteante. Se arrodilló junto al agua y observó los pequeños peces nadando. Fue entonces cuando escuchó un chapoteo suave. Miró hacia el otro lado del arroyo y allí estaba: una nutria.
La nutria tenía un pelaje marrón oscuro y ojos curiosos. Estaba jugando en el agua, atrapando peces y deslizándose por los troncos caídos. Alejandra se quedó inmóvil, maravillada por la belleza de este animal.
La nutria la miró con sus ojos brillantes y se acercó lentamente. Alejandra extendió la mano y la nutria la olfateó con su pequeña nariz. Parecía no tener miedo de la niña. Alejandra sonrió y comenzó a hablarle.
“¡Hola, pequeña nutria! Soy Alejandra. ¿Cómo te llamas?”
La nutria no respondió con palabras, pero parecía entenderla. Continuaron su conversación silenciosa mientras el sol se filtraba entre las hojas de los árboles. Alejandra le contó a la nutria sobre su amor por la naturaleza y cómo soñaba con ser bióloga algún día.
La nutria asintió con la cabeza y luego se sumergió en el agua, emergiendo con un pez en sus garras. Lo depositó frente a Alejandra como un regalo. Alejandra rió y le agradeció.
Durante ese día, Alejandra y la nutria se convirtieron en amigos inseparables. Jugaron juntas, exploraron el bosque y compartieron secretos. La nutria le mostró su madriguera escondida entre las raíces de un árbol antiguo.
Cuando llegó la hora de irse a casa, Alejandra se despidió de su nueva amiga. La nutria la miró con tristeza, pero Alejandra prometió volver al bosque para visitarla.
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