Historia de Ale y el lémur en Madagascar

Historia de Ale y el lémur

Había una vez una niña llamada Alejandra, de siete años, que vivía en la hermosa ciudad de Granada. A pesar de su corta edad, Alejandra tenía una curiosidad insaciable y un amor profundo por la naturaleza. Siempre soñaba con aventuras y exploraciones más allá de las calles adoquinadas y los patios llenos de flores de la ciudad donde vivía.

Un día, su abuela le contó una historia sobre un lugar mágico y remoto: Madagascar. Allí, en medio de selvas exuberantes y montañas cubiertas de niebla, vivían criaturas asombrosas que no se encontraban en ningún otro lugar del mundo. Entre ellas, destacaba el lémur de cola anillada, un primate curioso y juguetón.

Alejandra no podía quitarse de la cabeza la idea de ver a esos lémures en su hábitat natural. Así que, con la determinación de una pequeña exploradora, convenció a sus padres para que la llevaran en un viaje inolvidable a Madagascar.

El día de su partida, Alejandra estaba llena de emoción. El avión aterrizó en la isla, y ella respiró el aire cálido y fragante que envolvía todo. Se adentraron en la selva, siguiendo los sonidos de los pájaros y el crujir de las hojas bajo sus pies. Y allí, entre los árboles altos y las lianas, apareció el lémur de cola anillada.

Era un pequeño ser peludo, con ojos grandes y una cola larga y rayada. Alejandra se quedó sin aliento al verlo saltar de rama en rama, ágil y juguetón. Se acercó con cautela, temiendo asustarlo, pero el lémur parecía curioso y la observaba con ojos brillantes.

Durante días, Alejandra siguió al lémur por la selva. Aprendió sobre su dieta, cómo se comunicaban y cómo cuidaban a sus crías. El lémur se convirtió en su amigo y confidente. Juntos, exploraron cascadas escondidas, cuevas misteriosas y playas de arena blanca.

Una noche, mientras miraban las estrellas desde una colina, el lémur se acercó a Alejandra y le tocó la mano con su pata suave. Parecía decirle: “Gracias por visitarnos, pequeña exploradora. Nunca olvides la magia que has encontrado aquí”.

Cuando Alejandra regresó a Granada, llevó consigo no solo fotografías y recuerdos, sino también una conexión profunda con la naturaleza y la certeza de que, a veces, los sueños más extraordinarios pueden hacerse realidad en los lugares más inesperados.

Y así, la niña de siete años llamada Alejandra siguió creciendo, pero nunca olvidó al lémur de cola anillada que le enseñó sobre la belleza y la maravilla del mundo natural.


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