Historia de Ale y el koala en el bosque

Historia de Ale y el koala

Había una vez una niña llamada Alejandra, de tan solo 7 años, que vivía en Granada, España. A pesar de estar rodeada de edificios y coches, Alejandra soñaba con aventuras más allá de los límites de la ciudad. Su corazón anhelaba la naturaleza, los árboles altos y las criaturas misteriosas.

Un día, su abuelo, un apasionado amante de la fauna australiana, le contó historias sobre los koalas. Le habló de sus peludos cuerpos, sus narices curvas y sus ojos soñadores. Alejandra se imaginaba acariciando su suave pelaje y escuchando sus gruñidos suaves mientras se aferraban a los eucaliptos.

Decidida a ver a un koala en su hábitat natural, Alejandra convenció a sus padres para que la llevaran a una reserva de vida silvestre en las montañas azules. El aire fresco y el aroma a eucalipto llenaron sus pulmones mientras caminaban por los senderos serpenteantes. Sus ojos brillaron cuando vio los primeros árboles altos y frondosos.

Y allí, en lo alto de un eucalipto, estaba él: un koala. Su pelaje gris plateado se mezclaba perfectamente con las hojas verdes. Sus ojos la miraron con curiosidad, como si supiera que Alejandra había venido a visitarlo. Ella extendió la mano con cautela, y el koala descendió lentamente, agarrándose a su brazo. Sus patas eran fuertes y sus garras, afiladas.

Alejandra sintió una conexión instantánea. El koala parecía confiado y amigable. Se sentaron juntos en silencio, compartiendo el momento. El sol se filtraba a través de las hojas, creando patrones de luz en sus rostros. Alejandra acarició su pelaje y susurró palabras dulces. El koala cerró los ojos, como si estuviera disfrutando de su compañía.

Desde ese día, Alejandra visitó la reserva de vida silvestre siempre que podía. El koala se convirtió en su amigo secreto. Juntos, exploraron los senderos, observaron aves y escucharon el viento susurrar entre las hojas. Alejandra aprendió sobre la importancia de preservar los hábitats naturales y proteger a estas criaturas especiales.

Cuando cumplió 8 años, Alejandra recibió una sorpresa: su abuelo le regaló un peluche de koala. Lo abrazó con fuerza y prometió cuidarlo siempre. Aunque no podía llevar al koala real a casa, sabía que su amistad con él perduraría para siempre.

Y así, la niña llamada Alejandra y el koala compartieron un vínculo especial, un recordatorio de que incluso en la ciudad más grande, la naturaleza siempre está cerca, esperando a ser descubierta por aquellos con corazones curiosos. 


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