Historia de Ale y el caimán en la selva

Historia de Ale y el caimán

Alejandra era una niña aventurera que le encantaba explorar la selva. Un día, mientras caminaba con su padre por un sendero, vio un letrero que decía: «Cuidado con los caimanes». Alejandra sintió curiosidad y le preguntó a su padre qué eran los caimanes. Su padre le explicó que eran unos animales parecidos a los cocodrilos, pero más pequeños y con el hocico más ancho. Le dijo que vivían en los ríos y los lagos de la selva, y que eran muy peligrosos si se les molestaba.

Alejandra quiso ver un caimán de cerca, pero su padre le dijo que era muy arriesgado y que debían seguir el camino. Alejandra obedeció, pero no se olvidó de su deseo. Al día siguiente, cuando su padre salió a trabajar, Alejandra aprovechó para escaparse de la cabaña donde vivían y buscar un caimán por su cuenta. Se puso su impermeable y su mochila, y se dirigió al río más cercano.

La lluvia caía con fuerza, y el río estaba crecido y turbio. Alejandra caminó por la orilla, mirando atentamente el agua. De repente, vio algo que sobresalía del río: era el lomo de un caimán. Alejandra se emocionó y se acercó sigilosamente, sin hacer ruido. El caimán no se dio cuenta de su presencia, y siguió nadando tranquilamente.

Alejandra se agachó detrás de un árbol y sacó de su mochila una cámara de fotos. Quería tomar una foto del caimán para enseñársela a su padre. Apuntó con la cámara y disparó el flash. El caimán se asustó y se giró hacia Alejandra. La miró con sus ojos amarillos y abrió su boca llena de dientes. Alejandra se quedó paralizada del miedo. Había cometido un grave error.

El caimán salió del agua y se acercó a Alejandra. La niña no podía moverse ni gritar. Pensó que iba a ser su fin. Pero entonces, ocurrió algo inesperado. El caimán se detuvo a pocos metros de Alejandra y se quedó quieto. Parecía que estaba estudiando a la niña. Alejandra sintió una extraña conexión con el animal. Se dio cuenta de que el caimán no quería hacerle daño, sino que solo estaba curioso.

Alejandra se armó de valor y le habló al caimán. Le dijo que se llamaba Alejandra y que quería ser su amiga. Le pidió perdón por haberlo asustado y le ofreció un trozo de pan que llevaba en su mochila. El caimán olfateó el pan y lo aceptó. Se lo comió con gusto y le hizo un gesto de agradecimiento a Alejandra. La niña sonrió y le acarició el lomo. El caimán se dejó hacer y emitió un sonido parecido a un ronroneo.

Así comenzó una extraña amistad entre Alejandra y el caimán. La niña le puso de nombre Tito y le visitaba todos los días. Le traía comida y le contaba historias. El caimán le escuchaba y le hacía compañía. Juntos se divertían y se protegían. Alejandra le enseñó al caimán a jugar a las escondidas y al pilla-pilla. El caimán le enseñó a Alejandra a nadar y a pescar.

Un día, el padre de Alejandra descubrió su secreto. Siguió a su hija hasta el río y vio cómo jugaba con el caimán. Se enfadó mucho y le prohibió que volviera a verlo. Le dijo que era muy peligroso y que podía hacerle daño. Alejandra se puso triste y le suplicó que la dejara seguir siendo amiga de Tito. Le dijo que el caimán era bueno y que no le haría nada malo. Pero su padre no la escuchó y la llevó a la cabaña.

Alejandra lloró toda la noche. No quería perder a su amigo. Al día siguiente, se levantó temprano y se escapó de nuevo. Corrió al río y buscó a Tito. Lo encontró en su lugar habitual, esperándola. Alejandra lo abrazó y le dijo que tenía que irse. Le dijo que su padre no la dejaba verlo y que se mudaban a otra parte. Le dio las gracias por todo lo que le había enseñado y le dijo que nunca lo olvidaría. El caimán la miró con tristeza y le lamió la cara. Le dijo adiós con la cola y se sumergió en el agua.

Alejandra y el caimán se separaron, pero nunca se olvidaron. Siempre guardaron en su corazón el recuerdo de su amistad. Y cada vez que llovía, se acordaban el uno del otro y se sonreían.


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