Ciervo
Los ciervos son unos animales muy bonitos y elegantes que tienen muchos pies. Bueno, no tantos como los ciempiés, pero sí cuatro, que les sirven para correr muy rápido y saltar muy alto. También tienen unos cuernos muy grandes y ramificados que se llaman astas. Las astas les crecen cada año y luego se les caen. Solo los papás ciervos tienen astas, las mamás no. Los ciervos son de color marrón, pero algunos tienen manchitas blancas que los hacen más bonitos.

Son muy importantes para la naturaleza y el ser humano porque nos ayudan a cuidar el medio ambiente. Los ciervos se comen las plantas, las frutas, los hongos y los líquenes que crecen en el suelo y en los árboles. Así, evitan que haya demasiadas y que no dejen espacio para otras.

También hacen que las plantas crezcan más fuertes y sanas, porque al comerlas, las podan y las fertilizan con sus cacas. Además, los ciervos son una comida rica para otros animales, como los lobos, los osos y los leones. Así, contribuyen a mantener el equilibrio en la cadena alimentaria y el ecosistema.
Los ciervos viven en casi todo el mundo, menos en algunos lugares donde hace mucho calor o mucho frío. Les gustan más los lugares donde hay bosques, montañas, prados y lagos. Allí se sienten más seguros y tienen más comida y agua. Los ciervos viven en grupos o familias, y se comunican con sonidos y señales. Los ciervos son muy inteligentes y aprenden a adaptarse a los cambios del clima y del entorno.

Los ciervos son unos animales muy especiales que debemos respetar y proteger. Están en peligro de extinción, lo que significa que cada vez hay menos y que podrían desaparecer. Esto se debe a que algunas personas los cazan para quitarles su piel, su carne o sus astas. Esto es muy cruel y dañino, tanto para los ciervos como para el planeta. Por eso, debemos cuidarlos y defenderlos, y si queremos verlos, debemos hacerlo con cuidado y sin molestarlos. Así, podremos disfrutar de su belleza y su sabiduría, y aprender de ellos cada día. 🦌.

¿Qué sentí cuando lo vi?
«Cuando vi al ciervo, me dio mucha emoción y admiración. Era muy bonito y elegante, con sus cuernos grandes y sus manchitas blancas. Parecía que era un príncipe del bosque. Pero luego, me dio un poco de miedo y de respeto. Era muy grande y fuerte, y podía correr y saltar muy rápido. Me pregunté si sería amigable o si me atacaría. Entonces, sentí curiosidad y me acerqué un poco más. Vi que tenía unos ojos muy dulces y expresivos. Me miró con atención y me hizo un sonido suave, que era su forma de saludar. Yo le sonreí y le hablé con voz cariñosa.
* Hola, amigo. No te voy a hacer daño. Solo quiero conocerte.
¿Cómo te llamas? – le dije.
El ciervo no entendía lo que decía, pero percibió que era una niña buena y tranquila. Me hizo otro sonido, que era su nombre. Yo no lo entendí, pero le pareció muy bonito. Le puse un apodo cariñoso.
* Te voy a llamar Bambi, como el de la película – le dije.
Al ciervo le gustó el apodo y me hizo un gesto de agradecimiento. Yo le ofrecí una zanahoria que llevaba en mi mochila. El ciervo la cogió con su boca y se la comió con gusto. Yo me reí y le acaricié el cuello. El ciervo se dejó y se acercó más a mí. Yo me sentí muy feliz y le di un abrazo.
Así empezó una bonita amistad entre yo y Bambi, el ciervo. Cada día, yo iba a visitarlo y le llevaba comida y flores. Bambi me enseñaba su hábitat y me presentaba a sus amigos. Juntos, nos divertíamos y aprendíamos muchas cosas. Yo le contaba historias de mi país y de mi familia. Bambi me contaba los secretos de los ciervos y de la naturaleza.
Yo y Bambi nos queríamos mucho y nos prometimos ser amigos para siempre. Yo le dije que lo protegería de los cazadores y de los peligros. Bambi me dijo que me esperaría cada vez que volviera. Y así fue. Cada vez que yo viajaba a ese país, me reencontraba con Bambi y pasábamos momentos inolvidables. Y cada vez que nos despedíamos, nos dábamos un beso y nos decíamos “te quiero”.»
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