Las historia de Alejandra y el oso en Asturias

Historia de Ale y el oso

Había una vez una niña llamada Alejandra, de siete años, que vivía en la soleada ciudad de Granada. A pesar de la calidez del sur de España, Alejandra siempre soñaba con aventuras y lugares lejanos. Su corazón anhelaba la naturaleza salvaje y los misterios que aguardaban más allá de las montañas.

Un día, su abuelo le contó una historia fascinante sobre los osos pardos que habitaban en las majestuosas montañas de Asturias. Los ojos de Alejandra se iluminaron al escuchar sobre estas criaturas imponentes y su vida en los bosques frondosos. Desde ese momento, decidió que algún día viajaría al norte para ver a los osos en su hábitat natural.

El verano llegó, y Alejandra y su familia emprendieron un viaje a Asturias. El aire fresco de las montañas acariciaba su piel mientras exploraban los senderos rodeados de vegetación exuberante. Un día, mientras caminaban por un bosque espeso, Alejandra sintió una presencia. Se detuvo y miró a su alrededor, y allí, entre los árboles, vio un oso pardo.

El oso era majestuoso y poderoso, con un pelaje espeso y oscuro. Sus ojos curiosos se encontraron con los de Alejandra, y en ese instante, supo que estaba presenciando algo especial. El oso no parecía amenazante; más bien, emanaba una especie de sabiduría ancestral.

Alejandra se quedó inmóvil, sin atreverse a moverse. El oso también permaneció quieto, como si estuviera evaluando a la pequeña niña. Luego, con lentitud, dio un paso hacia ella. Alejandra sintió una mezcla de miedo y asombro. ¿Qué debía hacer?

Entonces, recordó lo que su abuelo le había dicho: “Los osos pardos son criaturas respetables. Siempre mantén la calma y respeta su espacio”. Con valentía, Alejandra se arrodilló en el suelo y extendió la mano hacia el oso. Para su sorpresa, el oso se acercó y olisqueó su mano con delicadeza.

Desde ese día, Alejandra y el oso pardo se volvieron amigos. Pasaban horas juntos, observando el mundo desde diferentes perspectivas. El oso le enseñó sobre la importancia de la naturaleza y la necesidad de protegerla. Alejandra le contaba historias y compartía sus sueños de explorar más allá de las montañas.

Cuando llegó el momento de regresar a Granada, Alejandra se despidió del oso con lágrimas en los ojos. Prometió volver algún día y seguir aprendiendo de su amigo peludo. Y así, la niña de siete años llevó consigo el recuerdo de su encuentro con el oso pardo en las montañas de Asturias, un recuerdo que la acompañaría toda la vida.


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