
Historia de Ale y el milano real
Había una vez una niña llamada Alejandra, de 7 años, con ojos marrones que brillaban como las hojas de otoño. Vivía en una pequeña casa junto al bosque, rodeada de árboles altos y hojas crujientes bajo sus pies.
Un día, Alejandra decidió explorar más allá de los límites de su hogar. Siguió un sendero estrecho que la llevó a un claro soleado. Allí, en medio de la naturaleza, vio algo majestuoso: un milano real. Sus alas extendidas parecían abrazar el cielo, y su plumaje oscuro brillaba bajo los rayos dorados del sol.
El milano real la miró con ojos penetrantes. Alejandra sintió una conexión instantánea. Se acercó con cautela, temerosa pero fascinada. El milano no se movió; parecía esperarla.
“¿Quién eres tú?” preguntó Alejandra en voz baja.
El milano extendió una de sus garras hacia ella, como si invitándola a acercarse. Alejandra extendió su mano y tocó las plumas suaves. El milano no era solo un ave majestuosa; también era un confidente silencioso.
Pasaron los días, y Alejandra visitaba al milano regularmente. Le contaba sus secretos, sus sueños y sus miedos. El milano no juzgaba; simplemente escuchaba con sus ojos sabios.
Un día, mientras Alejandra estaba sentada junto al milano, este extendió sus alas y se elevó en el aire. Alejandra lo miró con asombro. ¿Iba a abandonarla?
Pero el milano no se fue. En cambio, voló en círculos sobre ella, como si la invitara a unirse a él. Alejandra no lo dudó. Se levantó y corrió tras él, sus pies pisando hojas secas mientras seguía al ave por el bosque.
Finalmente, llegaron a un acantilado con vistas al valle. El milano se posó en una rama, y Alejandra se sentó a su lado. Desde allí, podía ver todo: los árboles, los ríos y las montañas distantes. El mundo parecía más grande y lleno de posibilidades.
“Gracias”, susurró Alejandra al milano. “Gracias por mostrarme este lugar”.
El milano giró la cabeza hacia ella, como si sonriera. Luego, con un aleteo majestuoso, se alejó en el horizonte.
Alejandra nunca olvidó aquel encuentro. El milano real le enseñó que la naturaleza tenía secretos y amistades inesperadas. Y aunque nunca volvió a ver al ave, su espíritu vivía en ella, recordándole que la magia estaba en todas partes, incluso en los ojos de un milano real.
Y así, Alejandra siguió explorando, con el recuerdo del milano como su guía.
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