
Historia de Ale y el jaguar
En un pequeño pueblo rodeado de vastas montañas y ríos cristalinos, vivía una niña de 7 años llamada Alejandra. Tenía ojos curiosos y una imaginación que podía llenar el cielo de estrellas. Un día, sus padres la llevaron a una aventura en la jungla, un lugar de misterios y maravillas que Alejandra solo había visitado en sus sueños.
Mientras caminaban por senderos cubiertos de hojas, Alejandra escuchaba atentamente los sonidos de la jungla. De repente, entre el murmullo de las hojas, escuchó un suave ronroneo. Siguiendo el sonido, se alejó un poco del camino y allí, bajo la sombra de un árbol de ceiba, vio a un majestuoso jaguar con pelaje que brillaba como la noche estrellada.
El jaguar, con ojos tan profundos como el mismo bosque, miró a Alejandra sin miedo. Ella sabía que debía tener cuidado, pero algo en la mirada del jaguar le decía que no había nada que temer. Alejandra se acercó lentamente y, para su sorpresa, el jaguar se acercó también, permitiéndole acariciar su cabeza.
“Me llamo Xanil”, dijo el jaguar con una voz que parecía contener la sabiduría de la selva. Alejandra se sorprendió al escucharlo hablar, pero Xanil le explicó que en la jungla, la magia era tan real como los árboles y los ríos.
Xanil le contó historias de antiguas civilizaciones y tesoros escondidos, de cómo la luna llena transformaba la jungla en un lugar de esplendor plateado. Alejandra escuchaba fascinada, cada palabra pintaba un cuadro más vívido en su mente.
Cuando llegó el momento de regresar, Xanil le regaló a Alejandra una pluma de quetzal, diciéndole que siempre recordara la magia de la jungla y la amistad de un jaguar. Alejandra corrió de vuelta al camino, con la pluma en su mano y un corazón lleno de aventuras.
Y así, cada vez que miraba la pluma de quetzal, Alejandra recordaba su amigo Xanil y sabía que, en algún lugar de la vasta jungla, un jaguar también pensaba en ella.
Y vivieron muchas más aventuras, pero esas son historias para otro día.
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