Historia de Ale y el flamenco en la laguna

Historia de Ale y el flamenco

Alejandra era una niña de 7 años que vivía en una ciudad cerca del mar. Le gustaba mucho la naturaleza y los animales, y siempre soñaba con viajar y conocer lugares nuevos. Un día, su padre le dijo que iban a ir a visitar a su abuelo, que vivía en un pueblo cerca de una laguna donde había muchos flamencos. Alejandra se puso muy contenta y empezó a preparar su mochila con sus cosas favoritas: un cuaderno, unos lápices de colores, una cámara de fotos y un peluche de un flamenco que le habían regalado por su cumpleaños.

Al día siguiente, salieron temprano en coche y llegaron al pueblo de su abuelo. Él los recibió con un gran abrazo y les invitó a pasar a su casa. Después de comer, le dijo a Alejandra que la llevaría a ver la laguna de los flamencos, que estaba a poca distancia. Alejandra se puso muy nerviosa y le preguntó si podría acercarse a ellos y tocarlos. Su abuelo le dijo que no, que los flamencos eran animales salvajes y que había que respetar su espacio y no molestarlos. Pero le dijo que podía observarlos desde lejos y aprender muchas cosas sobre ellos.

Así que cogieron unos prismáticos y se fueron a la laguna. Allí vieron un espectáculo maravilloso: cientos de flamencos de color rosa se movían por el agua, buscando comida, limpiándose las plumas, haciendo ruidos y formando parejas. Alejandra se quedó fascinada y empezó a dibujarlos en su cuaderno, mientras su abuelo le contaba cosas interesantes sobre ellos. Le dijo que los flamencos podían vivir hasta 40 años, que podían volar a más de 50 km por hora, que tenían una lengua muy larga y que podían beber agua salada sin problemas.

Alejandra escuchaba atentamente y le hacía muchas preguntas. De repente, vio que uno de los flamencos se separaba del grupo y se acercaba a la orilla, donde ellos estaban. Era un flamenco joven, de color más claro que los demás, y parecía curioso y simpático. Alejandra sintió una emoción muy fuerte y le dijo a su abuelo que quería ir a verlo. Su abuelo le dijo que tuviera cuidado y que no hiciera ningún movimiento brusco. Alejandra asintió y se acercó lentamente al flamenco, sin dejar de mirarlo a los ojos.

El flamenco no se asustó y se quedó quieto, observando a la niña. Alejandra le sonrió y le habló con voz suave. Le dijo que se llamaba Alejandra, que tenía 7 años y que le encantaban los flamencos. Le preguntó cómo se llamaba él y qué hacía allí. El flamenco no le respondió, pero hizo un sonido como de saludo y movió la cabeza. Alejandra se emocionó y le dijo que era muy bonito y que le gustaría ser su amigo. Le ofreció un trozo de pan que llevaba en su mochila y se lo acercó con cuidado. El flamenco lo cogió con su pico y se lo comió. Luego le dio las gracias con otro sonido y le tocó la mano con su pico. Alejandra sintió una cosquilla y se rio. El flamenco también se rio y le hizo un gesto con el ala, como invitándola a jugar.

Alejandra se puso muy feliz y empezó a jugar con el flamenco. Le tiraba el pan y él lo atrapaba, le hacía cosquillas con su pico y él le hacía cosquillas con su ala, le enseñaba sus dibujos y él le mostraba sus plumas. Se lo pasaron muy bien y se hicieron muy amigos. Su abuelo los miraba con una sonrisa y les sacaba fotos con su cámara. Era un momento mágico y único.

Así pasaron un rato, hasta que el sol empezó a ponerse y el flamenco tuvo que volver con su grupo. Alejandra se puso triste y le dijo que no quería que se fuera, que quería seguir jugando con él. El flamenco le dijo que él también la quería, pero que tenía que irse, que era su hogar y su familia. Le dijo que no se olvidara de él, que siempre estaría en su corazón y que algún día volverían a verse. Le dio un beso en la mejilla y le regaló una pluma de su cola. Alejandra le agradeció el regalo y le devolvió el beso. Le dijo que él era su mejor amigo y que nunca lo olvidaría. Le dijo adiós con la mano y le deseó buena suerte. El flamenco le dijo adiós con el ala y se fue volando con los demás.

Alejandra se quedó mirando el cielo, donde el flamenco se perdía entre las nubes. Sintió una mezcla de alegría y tristeza, de nostalgia y esperanza. Guardó la pluma en su mochila y se acercó a su abuelo, que la abrazó con ternura. Le dijo que había vivido una experiencia muy bonita y que estaba muy orgulloso de ella. Le dijo que los flamencos eran unos animales maravillosos y que había tenido mucha suerte de conocer a uno tan especial. Le dijo que guardara ese recuerdo para siempre y que lo compartiera con los demás. Le dijo que la quería mucho y que era una niña muy valiente y generosa.

Alejandra le dijo que ella también lo quería mucho y que le agradecía que la hubiera llevado a ver la laguna. Le dijo que había sido el mejor día de su vida y que nunca lo olvidaría. Le dijo que quería volver a ver al flamenco y que le escribiría una carta. Su abuelo le dijo que quizás algún día lo volvería a ver y que le ayudaría a escribir la carta. Se cogieron de la mano y se fueron a casa, mientras el sol se ponía y la laguna se teñía de rosa.


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