
Historia de Ale y la civeta
Alejandra era una niña muy aventurera y curiosa. Le encantaba leer libros sobre animales y viajar por el mundo con sus padres. Un día, le regalaron un libro muy especial: «Las civetas, los gatos del bosque». En él, aprendió muchas cosas sobre esas criaturas tan misteriosas y fascinantes. Descubrió que había muchas especies de civetas, y que algunas vivían en lugares muy fríos, donde nevaba mucho. Una de esas especies era la civeta de las nieves, que tenía el pelo blanco y negro, y unos ojos azules como el cielo.
Alejandra se quedó maravillada con la civeta de las nieves, y se propuso conocerla en persona. Le pidió a sus padres que la llevaran a verla, y ellos accedieron, porque sabían que era su sueño. Así que prepararon las maletas y se fueron a un país lejano, donde había un bosque nevado donde vivían las civetas de las nieves.
Cuando llegaron, se alojaron en una cabaña cerca del bosque, y contrataron a un guía que les acompañara en su búsqueda. El guía les dijo que las civetas de las nieves eran muy esquivas y difíciles de ver, pero que si tenían paciencia y suerte, tal vez podrían encontrar alguna. Les dio unos prismáticos, unas botas y unos abrigos, y les llevó al bosque.
Alejandra estaba muy emocionada y nerviosa. Miraba a todos lados, esperando ver una civeta de las nieves entre los árboles. El bosque era muy bonito, con la nieve cubriendo las ramas y el suelo. Se oían los sonidos de los pájaros y los animales. Alejandra se sentía como en un cuento de hadas.
De repente, vio algo que le llamó la atención. Era una huella en la nieve, muy pequeña y redonda, con cuatro dedos y unas garras. Alejandra reconoció la huella: era de una civeta de las nieves. Se lo dijo al guía, y él le confirmó que tenía razón. Le dijo que siguieran la huella con cuidado, sin hacer ruido, para no asustar a la civeta.
Alejandra y sus padres siguieron la huella, que los llevó por un sendero entre los árboles. Después de caminar un rato, llegaron a un claro, donde había un árbol grande y frondoso. Y allí, sobre una rama, estaba la civeta de las nieves.
Alejandra no podía creer lo que veía. Era la cosa más bonita que había visto en su vida. La civeta de las nieves tenía el pelo blanco y negro, con unas manchas que le hacían parecer un panda. Su cola era larga y peluda, y la enrollaba alrededor de su cuerpo. Su hocico era alargado y rosado, y sus orejas eran puntiagudas. Sus ojos eran azules como el cielo, y brillaban con inteligencia y curiosidad.
La civeta de las nieves los miró con atención, sin miedo ni agresividad. Parecía tan sorprendida como ellos. Alejandra sintió una conexión especial con ella, como si fueran amigas. Le sonrió, y le habló con dulzura.
- Hola, preciosa. Soy Alejandra, y vengo de muy lejos para verte. Te he leído en un libro, y me he enamorado de ti. Eres la civeta de las nieves, ¿verdad? Me encanta tu pelo, tu cola, tu hocico y tus ojos. Eres la más bonita de todas las civetas. ¿Cómo te llamas? ¿Qué comes? ¿Dónde vives? Quiero saber más sobre ti. Me haces feliz. Eres como una amiga mágica que vive en el bosque. Quiero ser tu amiga también.
La civeta de las nieves la escuchó con interés, y le respondió con un sonido suave y melodioso, como un silbido. Alejandra no entendió lo que decía, pero le pareció que era un saludo amistoso. La civeta de las nieves bajó de la rama, y se acercó a Alejandra. Le olisqueó la mano, y le lamió los dedos. Alejandra le acarició el pelo. La civeta de las nieves ronroneó, y se frotó contra su pierna.
Alejandra y la civeta de las nieves se hicieron amigas enseguida. Jugaron juntas en la nieve, se persiguieron, se escondieron y se buscaron. Se contaron secretos, se hicieron confidencias y se dieron cariño. Fue el día más feliz de la vida de Alejandra.
Cuando se hizo de noche, Alejandra y sus padres tuvieron que despedirse de la civeta de las nieves. Alejandra le dio un abrazo, y le dijo que la quería mucho, y que nunca la olvidaría. La civeta de las nieves le devolvió el abrazo, y le dijo con su sonido que también la quería, y que siempre la recordaría. Se miraron a los ojos, y se sonrieron. Se dijeron adiós, y se separaron.
Alejandra y sus padres volvieron a la cabaña, y la civeta de las nieves volvió a su árbol. Pero sabían que siempre estarían unidas por un lazo de amistad, y que algún día se volverían a ver. Porque las amigas mágicas nunca se olvidan.
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