
Historia de Ale y el cárabo
Alejandra era una niña de 7 años que le encantaba la naturaleza. Le gustaba salir al bosque con su abuelo, que era un guardabosques, y aprender sobre los animales y las plantas que vivían allí. Su abuelo le contaba muchas cosas interesantes y le enseñaba a respetar y cuidar el medio ambiente.
Un día, su abuelo le dijo que le iba a enseñar algo muy especial: cómo ver a los cárabos comunes, unos búhos muy bonitos que cazaban por la noche. Alejandra se puso muy contenta y le preguntó cuándo podrían ir. Su abuelo le dijo que tenían que esperar a que fuera verano, porque era cuando los cárabos tenían a sus crías y salían más a menudo.
Alejandra esperó con mucha ilusión a que llegara el verano. Cuando por fin llegó, su abuelo la llevó al bosque una noche de luna llena. Le dijo que se pusiera ropa oscura y que llevara una linterna, pero que no la encendiera hasta que él se lo dijera. También le dijo que fuera muy silenciosa y que no hiciera movimientos bruscos, para no asustar a los cárabos.
Caminaron por el bosque hasta llegar a un claro donde había un árbol muy grande y viejo. Su abuelo le dijo que ese era el árbol donde vivían los cárabos, y que tenían que esperar a que salieran. Se sentaron en el suelo y se quedaron muy quietos, mirando al árbol.
Alejandra estaba muy nerviosa y emocionada. Quería ver a los cárabos, pero también tenía un poco de miedo de la oscuridad y de los ruidos del bosque. Se acurrucó junto a su abuelo y le cogió la mano. Su abuelo le sonrió y le dijo que no tuviera miedo, que los cárabos eran unos animales muy amigables y que no les harían daño.
De repente, oyeron un sonido muy peculiar, como un silbido grave y melódico. Era el canto de los cárabos, que se comunicaban entre ellos. Su abuelo le dijo a Alejandra que encendiera la linterna y que la apuntara al árbol. Alejandra obedeció y se quedó maravillada con lo que vio.
En una de las ramas del árbol, había dos cárabos adultos y dos cárabos bebés. Los cárabos adultos tenían los ojos muy grandes y oscuros, y las plumas de muchos colores marrones. Los cárabos bebés eran más pequeños y peludos, y tenían los ojos más claros. Los cuatro cárabos miraban a Alejandra y a su abuelo con curiosidad, sin dejar de cantar.
Alejandra sintió una gran alegría y admiración por los cárabos. Le parecieron unos animales muy hermosos y misteriosos, y le encantó ver cómo cuidaban de sus crías. Les dijo hola con la voz y con la mano, y les agradeció que les dejaran verlos. Los cárabos inclinaron la cabeza y movieron las alas, como si le respondieran.
Alejandra y su abuelo se quedaron un rato más observando a los cárabos, y luego se despidieron de ellos y se marcharon. Alejandra le dijo a su abuelo que había sido la mejor noche de su vida, y que nunca olvidaría a los cárabos. Su abuelo le dijo que él tampoco, y que estaba muy orgulloso de ella por ser tan valiente y respetuosa. Le dijo que los cárabos eran unos animales muy especiales, y que tenían que protegerlos y cuidarlos. Alejandra estuvo de acuerdo, y se prometió a sí misma que siempre lo haría.
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